Editorial | James C. Davis Jr.

La obra más hermosa

Como educador adventista, me encuentro con frecuencia refiriéndome al libro La Educación, escrito (originalmente en inglés) en 1903 por Elena G. White. El libro presenta un modelo de educación adventista que es tan revolucionario y relevante hoy, como lo fue hace más de 100 años.

La lectura del libro La Educación puede suscitar muchas respuestas. A veces es emocionante; nos hace pensar en lo que puede ser y con quién nos asociamos. Otras veces, la seriedad y responsabilidad del educador puede provocar sentimientos de inadecuación o incompetencia. A veces puede ser un reto, haciendo que los lectores reflexionen sobre sus prácticas profesionales y sobre cómo podrían ajustarse para servir mejor a los alumnos y a las familias.

Algunos pasajes pueden dar lugar a confusión. Uno de esos pasajes se encuentra en la página 263. Al describir la enseñanza, leemos que “esta obra es la más hermosa y difícil que haya sido confiada a los seres humanos.”1 He pasado bastante tiempo reflexionando sobre esta afirmación, la cual puede parecer contradictoria y confusa.

No fue agradable la vez que me senté en una oficina durante 20 minutos mientras una madre descontenta me gritaba y me acusaba de no querer a su hijo porque no estaba de acuerdo con la disciplina que se le había administrado. Ciertamente no fueron agradables las veces que me he reunido con familias para hacerles saber que su hijo no podría volver a la escuela debido a las decisiones que había tomado. Las horas pasadas en las reuniones de la junta directiva, las reuniones del personal y los seminarios de desarrollo profesional no siempre fueron agradables. No fue nada agradable trabajar con los cuerpos policiales y trabajadores sociales cuando era necesario denunciar los abusos y la negligencia. Los largos fines de semana llenos de actividades con poco tiempo para recuperarse antes de volver a la escuela los lunes por la mañana tampoco eran agradables.

Ser insultado y acosado por los padres porque sus hijos no recibieron la nota que les hubiera gustado tampoco estaba en lo más alto de mi lista de cosas agradables. Los días que me enfermé por interactuar con jóvenes con malos hábitos de higiene, con tos y flemas eran desagradables. La lista podría seguir y seguir.

En mis 24 años de servicio en las funciones de maestro, subdirector, director, superintendente, en una escuela y en un internado, he tenido muchas experiencias que no calificarían como agradables. Esta podría ser la razón por la cual la frase citada anteriormente incluye la advertencia: “más difícil”. Trabajamos con personas y las personas tiene problemas. Nosotros también traemos nuestros problemas.

Este es un trabajo desafiante

Si nos centráramos únicamente en estas cosas negativas y poco agradables, sería difícil encontrar una razón para continuar. Aunque es fácil dejarse consumir por lo negativo, los desaires y los insultos, es esencial que reconozcamos lo positivo. De hecho, debemos detenernos en los aspectos positivos para poder soportar lo difícil. Ver que un alumno con problemas de comportamiento empieza a madurar y a ganar control después de horas de disciplina, orientación, reorientación y amor, es hermoso. Dirigir una clase durante un tema difícil y ver cómo los alumnos finalmente entienden y lo muestran en sus rostros, es hermoso. Enseñar junto a un exalumno que ha elegido la docencia como profesión es gratificante. Crear conexiones y relaciones genuinas que fomentan confianza, acuden a su profesor buscando consejos, es algo muy positivo. Ver a nuestros alumnos descender a las aguas del bautismo, entregando públicamente sus corazones a Cristo es estimulante. Ser invitado a las graduaciones, bodas y dedicatorias de bebés de los estudiantes con los que hemos trabajado es muy emocionante. Ver a una familia entera unirse a la Iglesia Adventista después de inscribir a sus hijos en la escuela es agradable. Ver a los estudiantes avanzar en la escuela para llegar a tener éxito en sus carreras es grandioso. Que los estudiantes asuman roles de liderazgo dentro de la iglesia es una afirmación. Hay muchas cosas agradables que se pueden enumerar, y dos historias lo ponen de manifiesto.

Dos ejemplos

Hace un par de años estaba trabajando durante el fin de semana de exalumnos de la academia. Era sábado por la noche y la mayoría de los asistentes ya se habían ido; pero un exalumno seguía en el campus con nosotros. Este estudiante se había graduado hace algunos años y en aquel momento estaba más que listo para irse, expresando frecuentemente su frustración y sus quejas sobre la escuela y el personal.

Mientras hacíamos el recorrido, recordaba su paso por la academia y enumeraba todas las cosas que le gustaban, los momentos divertidos que había vivido, lo genial que era la escuela. Le pregunté sobre lo frustrado que se había sentido cuando se graduó y reconoció que sí se había sentido así. Respondió: “A veces no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. A pesar de cómo trataba a sus profesores, estábamos haciendo un impacto en su vida. Aunque no parecía evidente en ese momento, acabaría apreciando lo que el personal había hecho por él y las oportunidades que había recibido. Eso fue bonito.

“Los padres y maestros caen en su último sueño con la sensación de que ha sido fútil el trabajo de su vida; no saben que su fidelidad ha abierto manantiales de bendición que nunca dejarán de fluir; solamente por la fe ven a los hijos que han criado transformarse en una bendición e inspiración para sus semejantes, y ven multiplicarse mil veces su influencia”, La Educación, 274.

Desde entonces, veo las quejas de los estudiantes de forma muy diferente. Aunque sigo escuchándolas y ajustándolas si es necesario, también tengo en cuenta cómo se percibirán después de un tiempo.

Algunos años después de esta experiencia, tuve noticias de otro estudiante. Me dijo que iba a estar en la ciudad y que quería pasar a visitar un rato. Se trataba de un alumno que había tomado más de una mala decisión y al que se le había pedido que se retirara de la escuela. Cuando me enteré de que dejaba la escuela, fui a buscarlo y a visitarlo por un momento. Quería que supiera que, a pesar de sus errores, seguía siendo importante para nosotros y que nos preocupábamos por él.

Años después, sentado en mi salón, me contó lo mucho que había significado para él. Mi acercamiento lo había convencido de que no lo estaba juzgando. Mientras seguíamos conversando, me habló de la iglesia a la que asistía y de las funciones que desempeñaba en la actualidad. Me contó cómo había encontrado su camino de vuelta a Cristo. Eso fue muy agradable. Esta experiencia me llenó de humildad y solo puedo decir “Alabado sea Dios” por haber obrado a través de mí en esa ocasión.

Como educadores, es esencial que nos aferremos a esos momentos en los que se corre el telón y vislumbramos la diferencia que estamos marcando. No ocurre con la suficiente frecuencia y a menudo nos encontramos cuestionando nuestra eficacia. Estos momentos fugaces en los que vemos el impacto que tenemos en los alumnos pueden animarnos mientras luchaos en los momentos difíciles. Si seguimos leyendo el párrafo completo del que se extrajo la cita inicial, encontramos lo siguiente: “Esta obra es la más hermosa y difícil que haya sido confiada a los seres humanos. Requiere tacto y sensibilidad delicadísimos, conocimiento de la naturaleza humana, fe y paciencia divinas, dispuestas a obrar, velar y esperar. Nada puede ser más importante que esta obra”.2 Puedo asegurarle que la Iglesia Adventista tiene muchos, muchos maestros que se ajustan a esta descripción. Se necesita una enorme cantidad de tacto y paciencia para escuchar a un padre que se desahoga, para evitar ponerse a la defensiva. Muchas veces, el simple hecho de darles la oportunidad de ser escuchados es todo lo que se necesita para abordar la situación.

Los profesores tienen que comprender la “naturaleza humana” para ayudar a redirigir a los alumnos cuando muestran comportamientos inadecuados. El conocimiento del funcionamiento de la mente humana ayuda a proporcionar instrucción y a guiar las mentes jóvenes. Tenemos que ejercitar la fe, observar y esperar a ver los frutos de nuestro trabajo. Creo que en muchos casos no sabremos plenamente cómo ha obrado Dios a través de nosotros hasta que lleguemos al cielo. [Insert blurb.]

¿Qué puede ser más importante que los jóvenes de la Iglesia Adventista del Séptimo Día? Puede ser un poco pretencioso decirlo, pero creo que la educación adventista es uno de los ministerios más importantes de la iglesia. Elena de White parece haber apoyado esta creencia.

Deberíamos seguir poniendo educadores en tantas escuelas como podamos que posean tacto, conocimiento de la naturaleza humana, fe, paciencia y voluntad de trabajar y vigilar y esperar. Deberíamos poner la educación adventista al alcance de todos los estudiantes de nuestras iglesias. Deberíamos ver más allá y llegar a nuestras comunidades, buscando familias necesitadas del amor de Cristo. Aunque la educación puede ser extremadamente difícil, también es muy gratificante. “Nada puede ser más importante que esta obra”. Es, sin duda, la obra “más hermosa”.


Adaptado con permiso. Publicado originalmente como “La obra más hermosa” de James C. Davis, Jr., en Outlook Magazine (Marzo de 2021 en línea), una publicación mensual de la Unión Mid-America de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, en Lincoln, Nebraska. Disponible en https://outlookmag.org/the-nicest-work/

James C. Davis Jr.

James C. Davis, Jr., MA, es superintendente de educación de la Asociación de Minnesota de los Adventistas del Séptimo Día en Spring Lake Park, Minnesota, EE. UU. Educador experimentado, el maestro Davis tiene varios años de servicio como profesor, administrador y especialista en tecnología en las escuelas adventistas.

Citación recomendada:

James C. Davis, Jr., “La obra más hermosa,” Revista de Educación Adventista 83:1 (2021).

NOTAS Y REFERENCIAS

  1. Elena G. de White, La Educación (Doral, FL.: Asociación Publicadora Interamericana, 2009), 263.
  2. Ibid.