Perspectivas | Jessica Burchfield

El poder de “todavía”

No puedo hacerlo todo de nuevo. No puedo soportar el desgaste mental y físico de ser maestro de secundaria. No soy lo suficientemente fuerte, inteligente o valiente.

Tal vez sea solo yo, pero estos pensamientos giran constantemente en mi cabeza, coloreando mis dulces días de verano con una oscura nube de aprensión. Sé que Dios me ha llamado a ser educadora, pero algunos días no me siento adecuada. Tengo miedo de no estar a la altura, de no establecer conexiones duraderas y de que la cultura de mi clase no sea suficiente para frenar la ola de depresión y ansiedad de esta generación.

Ser maestra en un mundo post-COVID ha sido, como mínimo, un reto. Solo en los últimos años, nos hemos enfrentado a una pandemia mundial, a cambios en las normas educativas, a un aumento de la violencia escolar y a responsabilidades profesionales cada vez mayores, todo ello mientras intentábamos mantener un nivel de excelencia en el aula.

Al comienzo de otro curso escolar me sentía más que abrumada. A decir verdad, estaba aterrorizada. Sé que no soy la única que se ha sentido así. Como educadores, todos buscamos la “fórmula mágica” que nos convierta en el maestro que nuestros alumnos necesitan.

El poder de la perseverancia

A lo largo de mi vida cristiana he escuchado muchos mensajes alentadores. Aprendí que Dios es la fuente de luz y vida; a través de Él, encuentro descanso, consuelo y misericordias renovadas cada día. De niña, memorizaba versículos como Josué 1:9 que me recuerdan la presencia continua de Dios: “Mi mandato es: ‘¡Sé fuerte y valiente! No tengas miedo ni te desanimes, porque el Señor tu Dios está contigo dondequiera que vayas’” (NTV).*

Si Josué, David y Moisés pudieron hacerlo, ¿por qué yo no? Eran personas normales llamadas por Dios para hacer cosas increíbles. Yo sólo soy una maestra normal que intenta marcar la diferencia. ¿Dónde está mi valor?

Sé que Dios tiene el control y que es más grande que mi miedo. Sé que su presencia se puede sentir en cada circunstancia que enfrento a diario, sea fácil o difícil. Sé que Él me ha llamado a estar al frente de la educación en las trincheras hormonales de la escuela secundaria. Sé todo esto.

Pero entonces llegan los correos electrónicos de los padres, las reuniones de personal, las conferencias de padres y maestros, los seminarios de desarrollo profesional, los alumnos problemáticos, las tendencias de las redes sociales, y no sé si podré hacerlo otro año.

Entonces me acuerdo de Habacuc . . .

“Aunque las higueras no florezcan y no haya uvas en las vides, aunque se pierda la cosecha de oliva y los campos queden vacíos y no den fruto, aunque los rebaños mueran en los campos y los establos estén vacíos, ¡aun así me alegraré en el Señor! ¡Me gozaré en el Dios de mi salvación! ¡El Señor Soberano es mi fuerza! Él me da pie firme como al venado, capaz de pisar sobre las alturas” (Habacuc 3:17-19).

Habacuc no era maestro, pero este versículo habla a mi ansioso corazón de educador de una manera increíblemente personal.

El Libro de Habacuc es un breve viaje de tres capítulos sobre la lucha de un hombre por ver la providencia divina en la vida de su pueblo. Con la mano de Dios aparentemente ausente de la difícil situación de la nación de Israel, Habacuc se encuentra solo entre los profetas mientras cuestiona a Dios y su soberanía. He estado allí. De hecho, estoy viviendo allí ahora mismo.

El curso pasado fue difícil. Los maestros son algunas de las personas más trabajadoras que conozco, y me siento honrada de ser uno de ellos. Quemamos la vela por los dos extremos, intentando mantener el equilibrio entre el trabajo y el hogar mientras que encontramos tiempo para proteger nuestra salud mental.

El año pasado no me fue muy bien en ninguna de estas cosas, y mucho menos en las tres juntas. Asumí demasiadas cosas, intentando ser todo para todos, y mi salud empezó a resentirse. Sentí que me ahogaba; sin embargo, aquí estoy, preparándome para otro año.

Todo se reduce al poder de “todavía”.

El poder de “todavía”

Era en una noche de abril del año pasado el estreno de musical Las aventuras de Alicia en la secundaria de las maravillas, escrito con mucho cariño para mis alumnos. Yo había trabajado incansablemente durante meses en la elaboración del guión, mientras mi amigo y compañero de trabajo escribía canciones que narraban a la perfección la angustia adolescente y la locura de la secundaria. Más que un paseo ligero y esponjoso por el país de las maravillas, nuestro musical trataba de la confianza en uno mismo, los problemas corporales, la salud mental y la depresión, todo ello dentro del mundo psicodélico y colorido de Lewis Carroll.

Pusimos toda nuestra alma en este musical, y nuestros alumnos estaban igualmente involucrados. Estaba emocionada, nerviosa, estresada e increíblemente orgullosa, no solo de ser la autora de la obra, sino también la directora de este talentoso elenco de jóvenes adultos.

También llevaba un monitor cardiaco.

Para el mundo exterior estuve viviendo un sueño: enseñando a alumnos increíbles, dirigiendo un musical de éxito, trabajando lado a lado con adolescentes para contar sus historias de forma auténtica y defendiendo la salud mental en nuestras comunidades educativas. Pero, a decir verdad, me estaba desmoronando literalmente, sin hacer caso a mis propios consejos. Mi ritmo cardiaco se disparaba, no podía dormir, estaba constantemente enfadada y discutía con mis seres queridos por tonterías. Estaba muy desequilibrada y mi salud fluctuaba en respuesta a los niveles de estrés que experimentaba.

Era ese gran síndrome del desgaste profesional que todos conocemos y tememos.

Afortunadamente, el curso escolar terminó y tuve un breve espacio de tiempo para recuperarme y rejuvenecer. Dediqué tiempo a trabajar en mi salud física. Asistí a eventos de la iglesia y cené con amigos. Empecé a sentirme yo misma otra vez. Las vacaciones. El glorioso respiro para los educadores.

En medio de mi recuperación mental y física, empecé a preguntarme: “¿Por qué me hago esto? ¿Vale realmente la pena?”. La respuesta fue sorprendente: “. . . ¡aun así me alegraré en el Señor!”.

Como dijo Habacuc, a pesar de todo, mi alegría tiene que estar arraigada y cimentada en el Señor. Él puso un llamado en mi vida para educar mentes jóvenes. Mis luchas nunca deben pesar más que mi vocación. Esta revelación realmente cambió mi perspectiva.

De ninguna manera me estoy comparando con los grandes héroes de la fe; más bien, reconozco que centrarme en mis problemas, aunque sean mínimos a lo sumo, puede abrumarme y agotar la alegría que encuentro al caminar con Dios. Mi copa estaba vacía, y no reconocí mi debilidad, pensando que podía hacerlo todo yo sola.

Sola, me encontraba sin fuerzas, ahogándome en el agitado mar de las responsabilidades, pero cuando caí de rodillas ante Dios, depositando mis preocupaciones a los pies del que caminó sobre las aguas, encontré la alegría que sobrepasa todo entendimiento, una paz que abruma mi miedo, y un amor que consume cualquier resto de ansiedad.

“Nunca olvidaré esos momentos tan desagradables . . . No obstante, aún me atrevo a tener esperanza cuando recuerdo lo siguiente: ¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana. Me digo: «El Señor es mi herencia, por lo tanto, ¡esperaré en él!»” (Lamentaciones 3:20-24, cursiva añadida).

A pesar de que todo se vino abajo el año pasado, todavía me regocijo. Estaba quebrantada, agotada y desanimada, pero me aferré a la esperanza de que Dios estaba creando una nueva obra en mí, para mi bien y para su gloria.

Voy a terminar este año escolar con un sentido de propósito. Me estoy tomando tiempo para sumergirme en la Palabra de Dios, para orar y para refrescar mi alma. Sé que estoy exactamente donde Dios quiere que esté.

A medida que nos abrimos camino a través de otro año escolar, elijamos gozarnos en el Señor, permitirle realmente que cubra nuestra rutina diaria con su gracia y misericordia. Confiemos en que Él nos usará para bendecir a nuestros estudiantes y compañeros de trabajo. Amemos verdaderamente a nuestros constituyentes, respondiendo con bondad, modelando la compasión de nuestro Salvador en nosotros.

Abracemos de verdad el poder de “TODAVÍA” en nuestra vida diaria. Al hacerlo, RENDIMOS nuestras inseguridades y frustraciones a nuestro Salvador siempre amoroso, ENERGIZAMOS nuestros devocionales matutinos para fortalecer nuestra fe cada día, y TRIUNFAMOS sobre las luchas y fracasos de vivir como un cristiano vibrante en medio de una cultura que busca activamente derribar el cristianismo y a aquellos que siguen los principios de las Escrituras. El poder de TODAVÍA cambia la vida.

Eres lo suficientemente fuerte. Puedes hacerlo todo de nuevo. Puedes soportar el desgaste mental y físico de ser maestro de secundaria. Eres lo suficientemente fuerte; eres lo suficientemente inteligente; eres lo suficientemente valiente. Eres maestro.


Este artículo ha pasado por la revisión de pares.

Jessica Burchfield

Jessica Burchfield, MM, es maestra de secundaria, fotógrafa y escritora en Florida (EE. UU.). Tras licenciarse en Educación Primaria y obtener una Maestría en Ministerio en el Semanario Baptista del Valle de Genesee (Penfield, Nueva York, EE. UU.), pasó más de 20 años en el mundo de la educación. Además de la enseñanza en el aula, es autora de un musical completo, formó parte del equipo de desarrollo curricular de Accelerated Christian Education, trabajó dos años como profesora de inglés como segundo idioma en la Universidad del Noreste de Dalian (China) y fue coordinadora de comunicaciones en el Colegio Cristiano de Clearwater. Su correo electrónico es [email protected].

Citación recomendada:

Jessica Burchfield, “El poder de ‘todavía’”, Revista de Educación Adventista 85:1 (2023).

Este artículo es una adaptación de otro publicado por primera vez en la revista (en inglés) Today’s Christian Living, julio/agosto 2023. ISSN 1944-6330.

*Todas las citas bíblicas en este artículo son tomadas de la versión de la Biblia Nueva Traducción Viviente (NTV). La Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Todos los derechos reservados.