Editorial | Faith-Ann A. McGarrell

“¿Conoces la voz del pastor?”

Todavía se me hace un nudo en el estómago cuando recuerdo su grito: “Pero, maestra McGarrell, he escuchado su voz”. Sus palabras, llenas de incredulidad y decepción, cortaron como un cuchillo. Lo único que pude hacer fue disculparme y recordarle que “esto era sólo una simulación”.

Cada año, se invitaba a los alumnos de la escuela en la que daba clases a participar, junto con otros 70 estudiantes de secundaria, de un retiro regional para líderes estudiantiles. El retiro tenía lugar en un campamento remoto, lejos de la bulliciosa ciudad. Las presentaciones y actividades de ese fin de semana se centraron no solo en las voces que lideran, sino que desafiaron a los asistentes a prestar atención a las voces que ellos seguían. En una sesión vespertina, los organizadores del programa pusieron en marcha una simulación para ilustrar el tema. Dividieron a los alumnos en grupos, se les vendaron los ojos y se les dijo que siguieran las instrucciones del líder de grupo que se les había asignado; el líder les guiaría hasta un lugar designado como su “hogar eterno”, que representaba la vida eterna. Se les advirtió que, aunque oyeran otras voces, debían seguir la voz de su líder, ya que las otras voces intentarían llevarlos a otro lugar, a la “muerte eterna”. A los líderes de grupo se les ordenaba que utilizaran señales verbales o físicas, si era necesario, para asegurarse de que su grupo llegaba desde la cabaña principal hasta el otro extremo del campamento.

A los demás acompañantes y patrocinadores adultos se les encomendó la tarea de ser otras voces, las que producían un mensaje contrario al que emitían los líderes designados. Los adultos tenían libertad para utilizar cualquier medio de distracción. El inicio de la simulación fue caótico: muchas voces reclamando atención y participantes con los ojos vendados que no sabían si girar a la derecha o a la izquierda. Sin embargo, pronto, del caos surgió un grupo poco ordenado de individuos que abandonaban la cabaña. Mientras la lluvia helada caía desde el cielo gris de octubre y el viento frío y fresco penetraba en cada capa de ropa, varios colegas y yo decidimos que no recorreríamos los tres kilómetros de sendero intentando distraer a los participantes y convencerlos de que siguieran nuestras voces. Así que nos pusimos de acuerdo con uno de los conductores de autobús para arrancar uno de los vehículos y encender la calefacción. Luego, en tono tranquilizador, convencimos a varios participantes para que nos acompañaran en el autobús. “No hay necesidad de caminar con frío”, “¡ven con nosotros, el autobús está caliente! De todos modos, vamos todos al mismo sitio”. Varios se resistieron, nos echaron o nos dijeron que tentáramos a otro. Sin embargo, 25 de ellos nos escucharon, y los llevamos al campamento designado como la muerte eterna.

Mientras nuestro grupo de cautivos se sentaba en el autobús, cantando, charlando y disfrutando del calor, la gravedad de lo que habíamos logrado empezó a pesarme, y también a mis compañeros. Sabíamos que era una simulación. Sabíamos que no era real. Sin embargo, sabíamos que nuestros alumnos, inconscientes hacia dónde se dirigía el vehículo, estaban en ese autobús porque reconocían nuestras voces, y no imaginaban que los llevaríamos por mal camino. Durante la sesión informativa, hubo muchas lágrimas, ya que tanto los alumnos como los maestros sopesaron la magnitud de nuestras palabras, el poder de nuestra influencia y la responsabilidad personal de cada uno de criticar las voces que dirigen y las que seguimos.

El grito de mi alumno sigue siendo un recordatorio constante para mí, incluso hoy, cuando el asalto a la educación, tanto pública como privada, sigue girando, retorciéndose y doblándose en medio del desafiante clima social. Hay tantas voces que reclaman atención, que postulan qué debe enseñarse, cómo y cuándo debe enseñarse, y a quién o por quién. Los problemas siguen aumentando: desde los debates sobre el acceso y la financiación de la educación en todo el mundo hasta la teoría crítica de la raza y el “despertar” en las escuelas y los políticos que exigen revisiones de los planes de estudio; desde las crisis de salud mental y física a las que se enfrentan estudiantes y maestros, desde preescolar hasta la educación superior, hasta el aumento de las guerras y los desastres medioambientales que amenazan con suspender la escolarización de millones de personas, especialmente niñas; y, desde la persistente violencia con armas de fuego en las escuelas estadounidenses hasta la infiltración de drogas en paquetes apetecibles (por ejemplo, pastillas de fentanilo de color caramelo y cigarros electrónicos con sabor a fruta). Si a esto se añaden los estragos de una pandemia mundial, cuyo impacto aún no se conoce en su totalidad, los educadores se enfrentan al reto aparentemente insuperable de descifrar qué voces guiarán o qué voces seguir.

Una respuesta natural es esconder la cabeza en la arena y fingir que estos temas no existen o que desaparecerán si permanecemos sumergidos el tiempo suficiente; la tendencia es acurrucarnos en nuestros enclaves y “¡cerrar la puerta y enseñar!”1 Pero no podemos; no debemos. Para los educadores adventistas, esconderse no es una opción. Tenemos una vocación, el mandato de preparar a los alumnos para este mundo, y también para el mundo venidero.2 Para ello, debemos evaluar los vientos del cambio, recordar nuestra misión y trazar un rumbo para asegurarnos de no perder a ninguno de nuestros rebaños. Para ello, debemos recordar a Aquel que dice: “No tengan miedo ni se acobarden! Salgan mañana contra ellos, porque yo, el Señor, estaré con ustedes” (2 Crónicas 20:17, NVI),3 entonces enfrentar nuestros desafíos de frente.

Cuando Jesús iba por el camino de Emaús, se encontró con dos discípulos enfrascados en una discusión: “¿Qué vienen discutiendo por el camino?” (Lucas 24:17), les preguntó. Compartieron con Él las tensiones del momento, sus frustraciones, tristezas y temores. Jesús escuchó. Escuchó atentamente. Y cuando terminaron, les recordó quién era Él y lo que había venido a hacer. En medio de los tiempos difíciles que se avecinan, recordemos quién es nuestro Líder, lo que vino a hacer y el privilegio que tenemos de participar en la misión de la educación adventista.

Varios artículos de este número hablan de las sensibilidades que los maestros deben cultivar al interactuar con los alumnos. Patricia Schmidt Costa introduce el tema del “giro afectivo” y explora los aspectos del aprendizaje social y emocional que informan la buena práctica. Utilizando varios ejemplos personales de sus más de 30 años de enseñanza, reta a los lectores a ver más allá del comportamiento de los alumnos y hacer el trabajo para llegar al meollo de la cuestión.

George Ashley y Cameile Henry profundizan en un tema incómodo para algunos y posiblemente tabú para muchos: la raza. Afirman que los niños, desde que nacen, son muy conscientes de las diferencias. No hablar del tema es reforzar los estereotipos, fomentar los prejuicios y privarnos de la oportunidad de comprender plenamente a Dios y la diversidad que ha entretejido en nuestro mundo. Shawna Vyhmeister analiza la invasión del secularismo en la enseñanza superior y formula recomendaciones para los educadores adventistas que tratan de involucrar a los jóvenes adultos incluso después de graduarse de las instituciones adventistas.

Hay otros artículos que invitan a la reflexión. André Luiz Vasconcelos comparte las lecciones del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús, que pueden aplicarse al aula e incluso en un contexto más amplio, cuando atravesamos momentos difíciles. Petra Pierre Robertson ofrece una perspicaz reseña del libro de Vernon Euclid Andrés, “The Morning After the Night Before” [La mañana después de la noche anterior], una memoria histórica de los primeros trabajos educativos en el sur del Caribe. Y, por último, Almir Marroni comparte su propia experiencia como colportor y ofrece a los estudiantes que cursan estudios adventistas la oportunidad de beneficiarse de este recurso.

Como educadores adventistas, debemos evaluar las voces que compiten por nuestra atención y sopesarlas con nuestros principios y valores fundamentales.4 Esperamos que los artículos de este número ofrezcan oportunidades para la autorreflexión. Y, en última instancia, esperamos que lo desafíen y lo animen a participar con Dios en este gran llamado.

Faith-Ann A. McGarrell

Faith-Ann A. McGarrell, PhD, es la editora de la Revista de Educación Adventista®. Su correo electrónico es [email protected].

Citación recomendada:

Faith-Ann A. McGarrell, “¿Conoces la voz del pastor?” Revista de Educación Adventista 84:4 (2022).

NOTAS Y REFERENCIAS

  1. La ideología que subyace tras el dicho “cierra la puerta y enseña” sitúa al maestro en el centro del aprendizaje de los alumnos. En las escuelas estadounidenses, los maestros son designados in loco parentis (en lugar de los padres), lo que les confiere responsabilidades decisorias que rigen el entorno de aprendizaje. Una parte del debate afirma que los maestros deben dejar de lado todas las fuentes externas de interferencia (exigencias administrativas, mandatos gubernamentales, intromisión de los padres, guerras curriculares, etc.) y centrarse en la tarea de enseñar. Para quienes se oponen a esta afirmación, el concepto de cerrar el paso a todas las demás perspectivas es limitador e insular, y conduce al aislamiento profesional. Véase el artículo (en inglés), “The Doctrine of In Loco Parentis” Encyclopedia Britannica (n.d.): https://www.britannica.com/topic/teaching/The-doctrine-of-in-loco-parentis. Véase también, Teaching Community: A Pedagogy of Hope (New York: Routledge, 2003); Jack Schneider and Jennifer Berkshire, A Wolf at the Schoolhouse Door: The Dismantling of Public Education and the Future of School (New York: The New Press, 2003); Kelly Treleaven, “Here’s Why We Can No Longer ‘Shut the Door and Teach’” We Are Teachers (2023): https://www.weareteachers.com/shut-the-door-and-teach/.
  2. Elena de White, Educación (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1998), 13.
  3. 2 Crónicas 20:17. A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas en este editorial son tomadas de la Nueva Versión Internacional (NVI). Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.®, Inc.® Usado con permiso de Biblica, Inc.® Reservados todos los derechos en todo el mundo.
  4. “Seventh-day Adventist Philosophy of Education Policy,” General Conference Policy Manual (2003), 221-228 (Education – Departmental Policies: FE 05, FE 10): https://circle.adventistlearningcommunity.com/download/PhilStat2003.pdf.